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OCEANO, la verdadera historia

El genovés es un hombre pequeño, de mirada curiosa y penetrante. Su frágil aspecto esconde una voluntad férrea y una determinación inquebrantable.

Tiene 'don de gentes', su trato es amable, cálido, y su mera presencia atrae la atención de todos los cercanos.

Ha llegado al puerto de Palos con poco equipaje, una maleta de viaje y un portafolio de cuero ajado, muy usado, del que no se separa porque su contenido es muy valioso: unas cartas marítimas cartografiadas por él mismo, con todo lujo de detalles.

En el puerto ha alquilado los servicios de unos palafreneros que le han llevado a toda velocidad al monasterio.

El abad del monasterio franciscano de la Rábida está de pie, nervioso, ante la puerta de entrada. Lleva algunas horas esperando ansiosamente la llegada del visitante extranjero. 

Los reyes de Castilla llegaron hace dos días y, desde entonces, la apacible vida del monasterio se ha vuelto frenética, incontrolable, vertiginosa, desapacible. Todo está preparado para el encuentro.

Una mesa rectangular de enormes dimensiones ocupa la sala. Sentada a la cabecera, en el puesto de honor, está la reina Isabel, que da en voz baja las últimas instrucciones a sus consejeros reales, que se mueven nerviosos a su alrededor, como zánganos en la colmena. El rey Fernando guarda silencio, a su lado. Se nota quién corta el bacalao.

Un gran mapa del mundo conocido ocupa casi toda la extensión de la tabla. La vajilla y las viandas son austeras, apenas un refrigerio y una jarra de agua con algunas copas.

El genovés acaba de entrar, hace una reverencia e inicia inmediatamente su argumentación: "... llegaré a las indias en dos semanas, os abriré la ruta a las más exóticas especias y sedas, os entregaré el poder sobre el océano y os haré realmente poderosos, a cambio sólo... " 

- ¡¡BLAM!!-

Fray Junipero de Guadalajara, el geógrafo real, da un puñetazo sobre la mesa
- Es imposible un viaje a las indias en tan sólo dos semanas, nuestros navíos más rápidos tardan meses por el Cabo de Buena Esperanza -

Colón toma un huevo duro de una bandeja cercana y explica.
- He descubierto una nueva ruta. La Tierra es esférica como la superficie de este huevo, y viajando hacia poniente alcanzaré Cipango en el plazo calculado - 
Mientras explicaba trazaba una linea imaginaria sobre la superficie del huevo...

Fray Junipero, arrebatándoselo de la mano, lo estrelló sobre la superficie del mapa.
- Todo el mundo sabe que la Tierra es plana. ¡Llevaréis a nuestros buques al fondo del océano! -

Después de horas de discusión la reina decide.
- Fernando, mi marido, y yo hemos decidido darte crédito, genovés. Te daré tres carabelas y tripulación. Inicia cuanto antes tu viaje y tráenos pruebas de que has llegado donde aseguras.

El 3 de agosto del año de Nuestro Señor de 1492, el intrépido navegante Cristóbal Colón partió del puerto de Ferrol en una expedición formada por dos carabelas, la Pinta y la Niña, y la nao Santa María, con una tripulación de 120 hombres, hacia una  muerte segura.

Llegados al cabo de Finisterre (antes llamado por los romanos Finis Terrae), empezó a avistarse lejos, sobre poniente, una misteriosa tormenta que envolvió a los aventureros varias millas al oeste. De ellos nunca más se supo. Aun hoy en día los científicos discuten dos posibles hipótesis:

Bien la tormenta desarboló las frágiles embarcaciones, y las desvió de su ruta llevándolas a tierras nórdicas donde probablemente fueron masacradas por los vikingos, que no hacían enemigos.

O quizá, la teoría más probable es que, traspasado el límite del fin del mundo cayeron por el borde, donde la gran cascada del Océano Atlantico se precipita al vacío y engulle todo lo que se acerca al límite, donde acaba la Terra Cognita.

Aun y con todo, esta intrépida gesta es recordada cada 12 de octubre, el día en que una botella con un pergamino mojado pero aun legible, llegó a las costas de O Grove, con un desesperado mensaje de socorro firmado por Alonso Pinzón.

Nadie pudo ver la atribulada cara del pobre Colón al tomar conciencia que su teoría era intrépida, pero errónea.  A veces nuestro cerebro se lleva a engaño pensando que la Tierra es esférica y plantea explicaciones ridículas como las de los mástiles de los barcos, que van desapareciendo por el horizonte, cuando la explicación más sencilla es que simplemente...
... se caen.

Y como postula la conocida navaja de Ockham, la explicación más sencilla es la verdadera.

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