Escucha 'el reposo del guerrero' en ivoox
Reseña del libro:
TITULO: Monstruos de la razón I
Editorial: SACO DE HUESOS
ISBN: 978-8493745714
El relato El reposo del guerrero pertenece a Raúl Salcines, y lo publico aquí con el consentimiento del autor.
En el año 2008 Raul Salcines presentó este relato, El reposo del guerrero,
y fue declarado Finalista en la categoría Fantasía del I Certamen
Monstruos de la Razón. Publicado en agosto de 2009 en un libro que
recopila en tres categorías: terror, ciencia ficción y fantasía tres
docenas de relatos breves.
Se detuvo ante la puerta, dubitativo. Siempre le costaba entrar en
estos sitios, pero la lluvia constante y los cada vez más cercanos
fogonazos de los relámpagos le ayudaron a decidirse esta vez. Empujó la
pesada hoja de madera y recibió en la cara, como un bofetón, toda una
amalgama de sensaciones: el olor de los guisos, el tintineo de las
jarras, el ruido de las conversaciones, el calor de la chimenea, el
sofocante humo…
Con paso firme se adentró en la sala principal de la taberna,
buscando un sitio libre. No podía decirse que estuviera abarrotada, pero
sí que la mayor parte de las mesas estaban completas. No obstante tuvo
suerte, ya que se apercibió de un lugar libre en la barra. Hacia allí se
dirigió, sorteando parroquianos. Algunos le dirigían un vistazo
curioso, otros arrogante y unos pocos temeroso. A todos respondió con su
mirada más fiera, haciéndoles bajar los ojos, amedrentados.
Su ropa estaba calada, y el frío se le había metido en los huesos.
Una jarra de revientatripas sería ideal para entrar en calor, así que se
la pidió al tabernero cuando éste se dignó a dirigirse a él.
El efecto del primer trago fue tan brutal como siempre. La bebida se
abría paso en su interior, abrasándolo todo, haciéndole boquear por la
falta de costumbre. Pero después los rescoldos calentaron su viejo
cuerpo. Era agradable. Bebía en silencio, sin levantar la mirada de la
jarra. ¿Para qué? Ya sabía lo que había detrás de él. Podía sentir los
ojos de la gente clavados en su fornida espalda.
Levantó la cabeza con sorpresa. ¿Revientatripas? Fue entonces cuando
se dio cuenta de que el asiento libre a su izquierda había sido ocupado.
Miró de reojo a su vecino y dio un respingo. Piel de color verde, casi
gris por lo macilenta; cara porcina, con ojos pequeños hundidos bajo la
prominente frente y el cabello hirsuto; colmillos amarillentos
sobresaliendo por entre los labios entreabiertos; brazos musculosos,
cubiertos de pelo espeso y negro, con manos como palas, de dedos
fuertes. Un orco al fin y al cabo.
Una mirada un poco más detenida reveló los arreos de guerra, cota de malla, cuchillo al cinto, hacha a la espalda. Lo habitual.
Suspiró. ¿Qué puedo perder?
— Una noche de perros, ¿eh? — comentó en tono casual.
Un respingo. Vaya sorpresa, alguien hablaba cerca de él. Removió el
brebaje en su jarra, reacio. Una nueva burla. Esto acabará mal de todas,
todas, así que por qué no hacer frente. Giró la cabeza para calar al
humano. Nariz recta, frente despejada, piel bronceada por el sol,
cabello negro hasta los hombros y ojos azules como el cielo… o como el
hielo. Sin duda era fornido, pero la piel de sus manos parecía suave en
el dorso, si bien apreció que en la palma era más gruesa, seguramente
por el roce del cuero y de la empuñadura de sus armas. Una daga pendía
en un costado, de buena manufactura; a la espalda, un espadón de buen
acero.
Suspiró. Vamos a probar.
— O de orcos —dijo, esbozando una sonrisa que más bien era una mueca en su rostro bestial.
Un momento de vacilación. Después, inesperadamente, ambos rieron la
broma. Una risa franca la del hombre, gutural y profunda la del orco. Se
miraron, los ojos amarillos del orco y la mirada azul del hombre. Éste
levantó su copa, asintiendo con la cabeza. Tras un momento, el orco hizo
lo mismo.
— No sé cómo puedes beber eso — hizo un gesto indicando la jarra.
— No está tan mal, si te acostumbras. ¿Un trago? —
Deslizó el recipiente en dirección al hombre que, dubitativo, lo tomó
en sus manos. Dirigió una mirada al orco, enarcando una ceja y después,
casi sin pensar, mojó los labios en el licor bebiendo una pequeña
cantidad. Aquello fue sin embargo suficiente para que sucumbiera a un
irresistible ataque de tos. Los ojos se le empañaron de lágrimas y su
cara se tiñó de un intenso color rojo. El orco le palmeó con firmeza la
espalda, para ayudarle a pasar el mal rato.
— Pues no es tan fuerte — dijo con apenas un hilo de voz.
Rieron otra vez, con más ganas. Se relajaron, como quizá no lo
hubieran hecho nunca antes. Y comenzaron una conversación que se
prolongó durante horas.
Se presentaron, enunciando sus hazañas y las de sus clanes
respectivos. Hicieron chanzas riéndose de sí mismos, como la dificultado
que tienen los orcos para moverse furtivamente con esas pesadas botas
de hierro. Son útiles, sí, para patear algunos culos o abrir alguna
puerta de vez en cuando, pero por lo general son más un engorro que otra
cosa.
El tiempo y las consumiciones discurrían con tranquilidad. A medida
que el alcohol hacía efecto, las conversaciones fueron haciéndose más
profundas. En particular, la discusión sobre si las mujeres de los
enanos tenían o no barba se prolongó largamente. Incluso pareció en
algún momento que iban a llegar a las manos, pero las risas relajaban
invariablemente el ambiente.
Clareaba ya el día. Parecía que la lluvia no iba a hacer acto de
presencia. Ellos se sumieron entonces en un mutismo, retrayéndose otra
vez a su jarra de bebida.
— Bueno, va siendo hora de reincorporarme a mi puesto — dijo el orco con voz bebida.
El otro asintió.
— Yo también. — hizo una pausa, como sopesando las palabras. — ¿Qué tal si te acompaño un trecho? —
Apoyándose el uno en el otro salieron de la taberna que, a estas
alturas, estaba vacía. Hablaban en susurros y, de vez en cuando se les
escapaba alguna risilla floja.
De esta guisa llegaron a la puerta y salieron al exterior. El suelo
estaba húmedo, pero el cielo parecía despejado. Sería un día agradable,
cálido y soleado.
Con paso vacilante descendieron por el camino un trecho largo.
Cantaron canciones de sus pueblos y rieron despreocupadamente. Llegados a
un descampado se detuvieron, estrechándose las manos con fuerza y
deseándose suerte. Después se dieron la espalda, dirigiéndose cada uno a
tomar su posición en su ejército. Sin duda, sería un día agradable para
morir.
TITULO: Monstruos de la razón I
Editorial: SACO DE HUESOS
ISBN: 978-8493745714
El relato El reposo del guerrero pertenece a Raúl Salcines, y lo publico aquí con el consentimiento del autor.
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